miércoles, 16 de septiembre de 2009

"Golonrisas"

Ágilmente revolotea por los aires. Sube y baja velozmente, al tiempo que, hipnotizado, la sigue su compañero. Se acercan y se alejan en un jugueteo constante, riéndose mientras agita sus alas, utilizando hábilmente las corrientes de aire.

Se escuchan sus trinos musicales, mientras un rayo de sol atraviesa las espesas nubes, aún cargadas del invierno. Y puede que verdaderamente una golondrina no haga verano, pero la llegada de ellas definitivamente marca una esperanza para quienes estamos agotados de los paisajes en blanco y negro.

Se persiguen mutuamente a través del cielo. Luego, se posan sobre los cables de luz, distanciadas, y, cuando una de ellas decide acercarse, el otro, presuroso y bromista, se aleja, en un péndulo constante de ir y venir.

Son las criaturas más alegres y vivaces que conozco, llenas de energía y vitalidad, se desplazan ligeramente por sus dominios del aire. Bailan y cantan, jugueteando risueñas por los cielos, y acaso uno comienza a mirarlas, cada vez más coquetas, demuestran sus proezas de vuelo que sólo ellas saben manejar.

Algunas veces he pensado en ellas durante los días aciagos, cuando el golpeteo de la lluvia en la ventana no se cansa de repetir su letanía funesta. Las imagino danzando en otros paisajes, disfrutando de la tibieza del aire en la primavera de otro lugar, y las envidio…aunque me es casi imposible envidiar a seres tan alegres como ellas.

¿Cómo se van justamente cuando el invierno arriba? Ellas son libres y no tienen las ataduras de nosotros, están donde verdaderamente quieren estar y me parece un egoísmo de su parte que cuando las cosas se ponen feas, se alejen cobardemente. Pero no es sólo eso, alguien me dijo una vez que ellas emigran porque no resisten las inclemencias del invierno, su cuerpecito frágil no es capaz de sobrevivir al frio de la lluvia y la nieve. No es egoísmo, hay que comprenderlas, es la delicadeza de su existencia, la debilidad de su estructura que no las deja quedarse brindándonos su compañía.

Qué injusta he sido con estas pequeñas criaturas de vez en cuando, culpándolas por su acomodaticia forma de existir en el mundo, que van y vienen donde las condiciones son las mejores, que evitan cada posible dolor y sufrimiento, cada golpe del viento y de la lluvia, envidiándoles en realidad su viaje. Mas nunca pensé que morirían si se quedasen.

En fin, volvieron las “oscuras golondrinas” y cantan y bailan alegrándome las jornadas, cuando las observo por la ventana y presurosas construyen un nido en el tejado.

Y ahora me pregunto ¿qué hago escribiendo esto?, y un libro de psicoanálisis me dice, “es pura identificación proyectiva”…