domingo, 29 de noviembre de 2009

Por las nubes...






















-¿Qué haces aquí?
-Te estaba esperando…
Aquella laguna resplandecía por los reflejos del sol. Sentado en el banco, observaba los nenúfares flotar cuando sintió sus pasos sobre la hierba y se volteó a saludarla con la mirada. Ella venía con ese pesado vestido de terciopelo verde, llevando unas hojas desordenadas en sus manos.
- ¿Hace cuanto que estás aquí?- le dijo pasando su mano por su cabello.
- Estaba en el sillón de mi casa y decidí venir porque sabía que llegarías.
- Te has vuelto un adivino últimamente…
- ¿Este era el vestido del que me hablaste?
- Si, ha sido difícil llegar hasta aquí por eso. Pero sólo ocurrió que venía corriendo y mis pasos se enlentecieron porque caí en la cuenta que llevaba el vestido verde.
- ¿Ahora es cuando te metes al agua, lanzas las hojas y te decides a flotar?- le dijo sonriéndose un poco.
- Sabes que antes de eso me sentaré a contemplar los nenúfares un momento contigo.
No había nadie más en el lugar, sólo se escuchaban los pájaros trinar, las ranas croar, y el viento que molestaba a las hojas que ella aún mantenía en sus manos. Él parecía triste, y ella sentada a su derecha apoyaba su cabeza en su hombro, contemplando los nenúfares en silencio. Ella había aprendido la magia del silencio en sus encuentros con él, al principio le incomodaba un poco, pero con el devenir de los días se había vuelto en sus espacios de descanso, en que sólo estaban ellos, suspendidos en una pausa del tiempo.
-Te esperé aquí hace unos días. Te vi venir pero te desvaneciste de repente.
-Ah sí, venía, pero un llamado de mi padre me sujetó y no alcancé a llegar. Pero no te vi sentado aquí. Tal vez estaba demasiado lejos para verte.
-Yo no te vi en realidad, pero sentía que venías después de tu clase de karate… ¿así que le ganaste a esa chica?
-Sí, le gané, pero ahora venía de… no, en realidad, estaba en ese refugio del que te hablé, donde todos dormían, un internado. El otro día estabas ahí también y nos detenían, ¿te acuerdas?
-En realidad no estaba ahí, tú me viste pero yo no estaba. Pero, ¿pensaste en eso que te dije?... te dije que iríamos allá arriba, y a eso vine, a buscarte.
Ella miró al cielo, pero no vio de las nubes como motas de algodón, y se desilusionó un poco. Sólo había de aquellas como pinceladas de acuarela.
-Creo que nuestro paseo no resultará, además, mírame, estoy con este vestido de terciopelo verde. Y estas hojas…- las miró, y eran motas de algodón. Tomó un poco y se las llevó a la boca. – Viste, te dije que sabían a algodón de azúcar-.
Él caminaba por sobre el algodón, era esponjoso caminar por ahí. No llevaba zapatos, sólo disfrutaba de la tibia caricia de la tranquilidad en cada paso. Ella ya no llevaba el vestido verde, ahora era blanco, largo y liviano.
-No podías venir con ese otro- le dijo sonriéndose de nuevo.
-Si sé - le dijo coqueteándole. – Además eso de lanzar las hojas y flotar ya lo hice-
-Mira, desde aquí se puede ver la ciudad.
-Me imagino que debes estar por allá, acostado en tu sillón.
-Y tú por allá, ¿cierto?
-Sí, justo allá.
-¿Adónde iremos mañana?
-Pero ¿qué día es hoy?
-No lo sé.
-Me fijaré en mi celular- Lo tomó y se encontró con que había anochecido en la estación de trenes.
-Te dije que aprovecháramos el silencio y el sol de allá sin preocupaciones.
-Bueno, creo que es tarde ya. ¿no crees que esto es muy extraño?
-Sí, ya está siendo un poco mareador.
-Sí, un poco- le dijo sonriendo. Esto no puede estar pasando le dijo, sacudiendo su mano sujeta a la suya.
-Ya, despertemos mejor, deben ser como las 8.
-Lindo paseo- se sonrió, y se desvaneció, escuchando el martilleo del vecino clavando sobre el techo de la casa. Abrió los ojos. Ya eran las 9, se levantó, abrió las cortinas y vio las pinceladas de acuarela en la inmensidad del azul.
Él se asustó con el timbre, torpemente se levantó del sillón. Esperó a que tocaran de nuevo y nada. Avanzó a la ventana y se quedó contemplando las manchas de acuarela blancas, con el corazón y el cuerpo descansado.
Sólo algunos segundos les duraría el recuerdo, hasta ser absorbidos nuevamente por la bocanada absorbente de la rutina, los horarios, y el tiempo objetivo.

domingo, 15 de noviembre de 2009

Cualquier cosa


Este no es un relato de aquellos por el cual estarían orgullosos los grandes escritores de la historia, ni menos yo, que soy muy crítica a la hora de analizar lo que escribo. No, este es uno de esos escritos sentimentaloides, salido desde las entrañas. De aquellos en los que uno no piensa, sino que los vive, los actúa, y accidentalmente se encuentra con el lápiz y el papel y lo vomita sin mediación de la crítica.

No sé, sólo ocurrió que el balde se rebasó de agua, y comenzó a caer por los costados, a propósito de una pequeña piedrecilla entrometida. ¿Qué fue?, aún lo estoy pensando…

Tal vez fue esa energía grisácea que se percibía en el ambiente, o quizás que desde hace ya largo rato un lodo pegajoso se metía en mis zapatos. Uno no puede vivir como si las sombras no existieran, como si el lodo fuera fácil de caminar, no. Pero, ¿por qué tiene que ser así?, ¿acaso no era posible ver las señales y hacerles frente como el común de la gente?, ¿por qué mantenerse en esas circunstancias?, nadie me ha pedido ser la mártir en esta historia, y qué patético hacer un papel que nadie te ha pedido que hagas, y más encima quejarte.

¿Es rabia?, ¿frustración?, ¿pena?, no sé… de repente me miro como si me viera desde arriba, y veo a una pobre muchachita llorando por nimiedades. Pero cuando vuelvo a mi centro, también son nimiedades, pero es una sensación de descontrol, como si al balde no se le acabara el agua que derrama.

Son pocas veces las que me siento así. Las emociones son mantenidas a raya generalmente, pero al parecer mi estrategia es poco eficaz. Y esto es sólo por mi cobardía, mi afinidad constante con la evitación.

A ver, si ensayara aquella forma que sé sería la más apropiada, diría algo así como: “no quiero seguir hablando contigo porque me produces rechazo, una sensación negativa que me amarga”. No, no, muy agresivo. A ver, de nuevo; “me molesta que te burles todo el tiempo del mundo, eso es muy desagradable”… vamos mejorando. O algo así como: “Podrías tratar de ser más empático con los demás”. Pucha, esto de la psicología igual me aburre un poco, ¿por qué adornar tanto las palabras?, si en realidad lo que tengo en la punta de la lengua es un “me caes mal, tan mal que el sólo hecho de tu presencia me jode el día”. Pero sí, es muy agresivo. Tal vez es así de agresivo porque el balde se llenó mucho… y ya no puedo hacer nada…

Es tan desagradable esto que siento, ganas de huir, de desvanecerme y volverme aire, pero siento que a donde voy me persigue la repugnancia, las malas energías que se me mete por los poros y me llevan al extremo de ser de nuevo la sentimentaloide que tanto odio ser.

Pero “menos mal que me conozco”, como diría Benedetti…

“…menos mal que mañana

o a más tardar pasado

sé que despertaré alegre y solidario

con mi culpita bien lavada y planchada

y no solo se me abrirán las puertas

sino también las ventanas y las vidas…”

lunes, 2 de noviembre de 2009

Descanso

Tomó su mano, mientras su otro brazo se escabullía silencioso por detrás de su cabeza. Sentados, mirando la televisión, conversando temas de amigos, ella comenzó a parpadear más ligero.

Siempre escuchaba su corazón cada vez que lo abrazaba, y la tranquilidad que le infundía le hacía parecer una playa de arena blanca en la que el mar se detiene a descansar.

No siempre fueron tan amigos, durante largo tiempo se dirigían sólo saludos formales, y estar abrazados tan plácidamente habría sido un absurdo para dos seres tan distintos.

Él la tenía tan cerca, sentía su cuerpo frágil entre sus brazos. Su cabeza apoyada sobre su hombro le disparaba el corazón. No supo cuando comenzó a dolerle su presencia, pero esta vez ahí, tan cerca, sentía unos inmensos deseos de besarla.

Acercaba su cara a la de ella, sus palabras eran las comunes entre dos amigos, pero sus gestos hacían entrever algo distinto.

Ella comenzó a sentirse nerviosa, solían abrazarse tiernamente pero esta vez algo extraño ocurría.

- ¿Pasa algo?- preguntó él.

- ¿Qué es esto?, esto no puede estar ocurriendo, si somos amigos- pensó ella, mientras tomaba distancia y lo miraba a los ojos.

- ¿Qué pasa?- mirándola con sus ojos tristones.

- Dime ¿qué es esto que ocurre?- mientras bajaba vergonzosamente la mirada al hablarle.- Esto es extraño-.

- ¿Pero qué cosa?- Tratando que ella pusiera en palabras lo que él no se atrevía a expresar.

- Esto pues; los abrazos, que tomes mi mano, es extraño, esto no es de amigos, explícame.

Se quedaron en silencio, ella angustiada y él pensando en las palabras adecuadas.

Él se alejó un poco, y avergonzado [la vergüenza era muy frecuente en él, pero esta vez tenía un tinte distinto] la miró a los ojos.

Ella desataba y ataba un nudo de su polerón, evitando el contacto de su mirada.

- Oye- tomando su cara para que lo mirase. - Tú sabes que me pasan cosas contigo-

Ella se sonrojó, encontrándose con esas palabras tan directas.

-¿Cómo?, ¿desde cuándo?, ¿por qué?- preguntó, aunque calladamente se había dado cuenta hace un tiempo de lo que ocurría.

- No me preguntes por favor, tú conoces lo vergonzoso que soy.

- Pero ¿qué va a pasar ahora?, nosotros somos amigos, las cosas cambiarán de ahora en adelante. No sé...

-¿Pero cómo no vas a saber qué te pasa a ti?

Y ella seguía con la mente revuelta de preguntas. -¿Qué me pasa a mi?- Pensó, mientras las respuestas se le escapaban, desatándose un mar dentro.

- No sé, tengo miedo, las cosas cambiarán ahora que sabemos qué ocurre...

- Pero no me hagas esto, no seas lesita. No digamos que estoy enamorado, pero lo que más me ha deslumbrado de tí es cómo eres, tu naturalidad, tu ternura, tus cariños, no dejes de ser así por lo que te he dicho...

- Pucha... Esto me da miedo...

Él la abrazó nuevamente, sacando sus manos del nudo del polerón, que se ataba y desataba.

-Yo te quiero y quiero seguir cerca tuyo-

- Yo también-

Se quedaron así, en silencio el resto del tiempo, abrazados. Comenzaba a calmarse el mar dentro de ella, comenzaba a latir nuevamente fuerte su corazón.

Él sintiendo su cabeza en su hombro y con unos inmensos deseos de besarla. Ella escuchando su corazón, y pensando, tratando de alcanzar sus respuestas...

Se detuvo el tiempo en ese instante., eran dos amigos que dejarían de serlo… Era el mar y su oleaje, descansando en la playa de arena blanca, otra vez...