domingo, 13 de marzo de 2011

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La mujer que me viste no se fija de mis ojos. Cuando la veo aproximarse, presurosa, aun no caigo en la cuenta de que es otro día de mirar la pantalla con la frente arrugada (que ya no sé si es para concentrarme mejor o de tanto mirarla ya no puedo ver bien). Me maquilla, me perfuma, me alienta para ponerme los zapatos y al terminar percibo una palmadita en la espalda (casi un empujón) que me da para finalmente salir de la casa.
Digamos que la odio un poco; un poco harto, con su sonrisita bonita y su energía que me fastidia. A veces me deja en la casa viendo la tele, y sale ella rauda como si fuera a cambiar el mundo porque se va a trabajar o a estudiar. Luego llega con sus bolsitas con cosas para la once, saluda al gato (como si no me viera), pone la música y se pone a cantar (como si cantara muy bien).
Cuando ella se va, la miro por la ventana. Hace sonar sus tacones (le encanta), y es como si en verdad estuviera yendo a cambiar alguno de los males del mundo. A veces quisiera tener algo más que sólo su cara, algo más de su vitalidad, de su interés por las cosas de la vida, y no ser una simple mujercilla sujeta al vaivén de los días, de esas que se conforman con mirar como otros van a cambiar los males del mundo.
Estoy en pijama, viendo una teleserie llena de dramas, casi tantos como los míos. El gato me mira desde lejos, ni siquiera se acerca un poco, no como con ella con la que se desvive en cariños. Me siento fastidiada de estar entre estas cuatro paredes. Cambio y cambio los canales de la tele pero no hay nada. Miro por la ventana, el día soleado y dos niños jugando.
Cuando éramos niñas las dos éramos como ellos. Éramos idénticas en los juegos, en las risas, en los gritos y en las travesuras. Jamás nos separamos, sólo cuando mirábamos nuestro reflejo en el agua. Nos gustaba de repente mirar llover sujetas de las manos.
Luego comenzamos a crecer. Ella se ilusionaba con ser alguien grande y yo sólo quería seguir jugando y riendo, ella se empezó a alejar y yo la comencé a odiar. Era rigurosa en hacer tareas y estudiar, quería ser escritora. Yo quería estar con ella, jugar, reír, sin preocuparme de nada. Ya no éramos una sola como antes, mientras ella se ilusionaba con la vida yo me confinaba a observarla y ver si de repente quisiera jugar conmigo, pero eso nunca pasó.
Me dice que debo ir con ella, que no puede sin mí, pero no tengo ganas, yo quiero jugar, reír, no preocuparme de nada, así que me viste y me da la palmadita en la espalda. Ella quiere cambiar los males del mundo, pero yo sólo quiero dormir. Ella sale haciendo sonar sus tacones y yo no quiero caminar. Ella ama y yo solo odio. Ella observa y se ríe, y yo solo la miro y me fastidia. Ella se cansa y me deja en la casa, y yo la miro por la ventana. ¿Cuándo volveremos a mirar llover tomadas de las manos?