martes, 19 de enero de 2010

Dueto












“es tarde, se hizo de día, menos mal que está nublado…”

Saboreo el mal aliento que lo despertaba esa mañana, hizo unas muecas de malestar y se dio vueltas sobre su costado izquierdo para seguir durmiendo. No podría levantarse aunque llegaran las eternas urgencias del trabajo a levantarlo, autoritarias.

“se acabó todo lo que había, queda un cigarro mojado…”

Tuvo un sueño caótico, de esos que descomponen el día porque desde el despertar tiñen todo de angustia, como si las confusas imágenes entremezcladas efectivamente fueran a aparecer. No tenía ganas de cumplir con el deber, estaba agotado de abrir la puerta de un nuevo día y constatar que se repetía lo mismo del anterior, y del anterior, y del anterior…

“porque quiero dormir y soñar con ella, mientras por afuera pasan los aviones…”

Se estaba lanzando de un puente, en bungee, cuando le tocaron la espalda, se volteó y le empujaron alevosamente por el abismo. Giró, y vio la oscuridad del rio debajo. No fue emocionante, no fue adrenalínico como le dijeron; fue la inminencia de la muerte y el terror de no controlar eso, bueno, y tantas otras cosas.

En el instante en que caía, no despertó súbitamente como cualquiera podría pensar, sino que drásticamente cambio de escenario y se vio pequeño, caminando (sin zapatos) por la nieve. La niña con la que jugaba le decía que coman nieve mezclada con jugo, él le hizo caso, tomó nieve y se la llevó a la boca, luego de espolvorearla de jugo de naranja. Se le aguaba la boca con la nieve tiñéndose de color, se la comió y comenzó a escupir, estaba llena de tierra.

“no quiero que se termine, no quiero que me abandones…”

Con el mal aliento raspándole la lengua, le parecía tan absurdo no despertar con la fatalidad de la caída pero sí con la aspereza de la tierra en la nieve. Recordaba esa sensación de estafa; del empujón, de la nieve con tierra y frunció el ceño, convencido de que este, como todos los otros días, sería irremediablemente patético.

“me olvidé de avisar no te voy a llamar, ni una sola vez en cuatro días…”

Aunque quiso dormir no pudo, el sol fisgoneaba intrusamente por todo rincón, y la música del departamento contiguo no le dejaba conciliar nuevamente el sueño. Estaba molesto, y mientras pensaba una excusa para no ir a trabajar, la vecina seguía cantando.

“o sino mujer, voy a hacer cualquier cosa que me pidas…”

Tenía una voz grave pero afinada, aunque había días en que emitía melodías dulces, como si renovara la voz de vez en cuando. Se preguntaba cómo alguien podría levantarse tan alegre todos los días, cantando canciones. La imaginó bailando, abriendo las cortinas y se sintió nuevamente patético. Después de eso pensó que era una loca, cómo no se avergüenza de su tan odiosa voz, sabiendo que se escucha todo en estos departamentos. Se sentó, bostezó abiertamente y dijo en voz alta: “me siento mal, creo que tengo sinusitis e iré al médico esta mañana, así que cúbreme por favor”, convenciéndose de que era una buena excusa y que se lo debía ya que jamás faltaba al trabajo.

“Porque quiero dormir, y soñar con ella, mientras por afuera pasan los aviones…”

Llamó, no tuvo que dar tantas excusas como creyó necesario, un “no te preocupes” le indicó que su presencia no era realmente indispensable allí y que era un idiota creyéndolo así. Se levantó, la vecina seguía cantando y ya comenzaba a rumiar palabrotas contra la alegría de aquella mujer. Decidió tomarse un café y mientras hervía el agua pensaba en qué haría esa mañana, si lo único que hacía era trabajar. No tenia panorama, no tenía amigos, era un desgraciado solitario que archivaba papeles en una oficina.

“No quiero que se termine, no quiero que me abandones…”

Tal vez el tiempo libre de esa mañana le serviría para hacer algo diferente. Tal vez trotar o visitar esa librería con esos bellos libros de cine que solía esquivar porque sabía que no podría comprar ninguno. Estaba indeciso, era deshacer su rutina de todos los días y eso lo asustaba un poco.

“No quiero que se termine…”

Se bebió el café de pie, como solía hacerlo, aunque esta vez no tenía prisa. Había decidido ir al parque a caminar, se puso zapatillas, el día estaba soleado, era temprano, se sentía valiente.

“no quiero que me abandones”.

Buscó sus llaves, dejó el celular, la vecina había acabado su canción, y él salió. Miró la calle vacía, respiró y se fue caminando.

El parque estaba solitario, pocas personas en general pasean los días de semana tan temprano ahí. Se desilusionó un poco y se sentó en una banca. De ahí podía observar a una blanca muchacha de cabellera naranja, llena de pecas y con una risa explosiva que hablaba con un muchacho. Por alguna extraña razón se preguntó cómo sería su vecina, qué aspecto tendría, jamás la había visto, pero de seguro tendría la misma risa de aquella llamativa pecosa.

Se sintió penoso por un momento, no debió faltar al trabajo, no debió ir al parque, no debió haberse ido a vivir a esos departamentos con gente tan desagradable, ni siquiera debió llegar a esa gris ciudad, con gente que no se levantaba temprano para ir al parque. Poco a poco se iba escondiendo, confundiéndose con el gris tizne de siempre.

- Me puedo sentar contigo – le dijeron dos grandes ojos tierra.

- ¿ah?... – Murmuró estúpidamente. Ella le hizo una seña y él contestó: Por supuesto.

- Siento molestarte, es que siempre vengo en las mañanas y me siento aquí – dijo sonriendo la niña. Él sólo asintió con el cabeza, incómodo.

La miró de soslayo, le parecía bonita, sólo eso, él era muy exigente. Pensó en comentarle algo inteligente, hace tiempo que no hablaba con alguien que no sea del trabajo, y menos con una mujer, pero se desanimó pensando en que de seguro esperaba a alguien y que tal vez él estaba interrumpiendo algo aun sin comenzar, así que guardó silencio.

- Aquí la gente es floja y no viene al parque temprano- dijo ella, mirando a la pecosa con el muchacho.

- Si – dijo él, asombrado de escuchar sus palabras en la boca de otra persona.

- A veces pienso que no debí venirme a esta ciudad. Yo siempre me levanto temprano y vengo para acá, ¿tú vienes seguido?-

- No, hoy tengo el día libre – dijo, mintiendo sólo un poco.

- ¡qué lástima!, hubiésemos venido juntos mañana, para hablar, no conozco mucha gente aquí.

- Tal vez podríamos venir más temprano y luego me voy al trabajo…- Dijo valientemente, sin pensar en lo temprano que tendría que levantarse ni en lo estúpidamente interesado que debía parecer.

- ¿sí?...- le dijo mirándolo de frente. Él asintió y ella esbozó una sonrisa contenta.

- Bueno, me debo ir, hoy tengo cosas que hacer- le dijo luego de un rato. - ¿nos vemos mañana entonces?- él asintió y la vio alejarse.

Ese día fue a la librería y se compró un libro con bellas fotografías de cine, aunque se endeudó un poco (mucho en realidad, pero no gastaba en nada más, fue un gusto). Caminó, se sentía distinto, no tenía que archivar papeles, y aunque lo hiciese no importaría, al día siguiente tenía algo nuevo que hacer, estaba contento y era agradable explorar esa emoción tan extraña en un desgraciado solitario como él.

Al día siguiente despertó y escuchó a la vecina como siempre. No había soñado con bungees, ni nieve naranja ni ninguna estafa, al menos no recordaba algo así. Pero sentía como si hubiese saboreado helado de menta, qué extraño lo encontró. Se sacudió la extrañeza, buscó sus zapatillas y quiso beber té. Se sentó a beberlo y escuchó el repertorio contiguo.

“… no sé qué quiero, pero sé lo que no quiero…”

Esta se la sabía, era temprano, abrió las cortinas, miró por la ventana las calles vacías y el día soleado… llevaría su libro de cine para enseñárselo a su nueva amiga.

“sé lo que quiero y no lo puedo evitar…”

“puedo seguir escapando y aún lo estoy pensando, lo estoy pensando pero estoy cansado de pensar…”

Eran dos voces a coro; una grave pero afinada, aunque a veces dulce como si renovara la voz de vez en cuando, y otra de barítono, con algunos compases desfasados y desafinados, por culpa de los sorbos de té, pero ya iría mejorando…