viernes, 24 de julio de 2009

1 (título al terminarlo)



La habitación era blanca. Las paredes, la cama, todo resplandecía en pureza alba. Una ventana amplia al costado, por la cual se podía salir al patio y respirar el perfume de los olmos y las rosas enanas que a ella le parecían una delicadeza.
Entre la ventana y la cama sólo un velador, del cual se suspendía un girasol, que él cambiaba todas las mañanas. Todo era sencillez; nada de cojines ni objetos innecesarios.
Frente a la cama un equipo de música ocupaba el dorso del antiguo mueble. Gustaban de conversar junto a sus músicos favoritos, construyendo en cada plática ese canal por el cual se miran y se enlazan los amantes. 
           Las noches eran largas entre las historias, la música, el amor y los sueños. Ella podía conversar hasta el cansancio, pero él, en un descuido se dejaba seducir por los brazos de Morfeo, disminuyendo poco a poco la velocidad del parpadeo y las intervenciones, hasta abandonarse completamente. Ella gustaba de besarle los ojos, se daba vueltas sobre su lado izquierdo y el la seguía con un abrazo, cuidando de su cuerpo menudo, de golondrina.
Al regresar el sol por la mañana, podía distinguir el nuevo girasol en su velador (nunca podía despertar al momento de sucederse ese mágico evento), y escuchaba una voz tersa, de papel, cantando “I’ve got you under my skin”. Era él, probándose corbatas en el baño.
Ella se refregaba los ojos, sacudiendo el sueño y los sueños, ponía sus zapatillas de levantar y lo iba a observar. Apoyaba su cabeza en el umbral de la puerta y contemplaba su performance –amaba cuando se levantaba contento, de seguro había soñado con esa canción-.
Al descubrirla, él la abraza, levantándola para besarla, jugando con su cuello y llenándola de risas –amaba cómo se escurría silenciosamente y aparecía con sus grandes ojos, aún con sueño, pero vivos, como ventanas por las que entra el sol-.
-¿a qué hora tienes que estar?
-A las 8:30.
-¿Almorzamos juntos?
-Hoy no puedo, tengo una reunión, pero ¿te tinca si vamos al cine en la tarde?
-¡Sí!, aunque igual tendré que buscar quién me acompañe a almorzar…
-A ver…mire que Ud.; es sólo mía y no quiero a nadie cerca suyo- . La toma por la cintura y acerca su cara a la de ella, absorbiendo con sus ojos el brillo de esas amplias ventanas.
-Ya, me voy, estoy atrasado. Dame mi beso de la buena suerte.
-La suerte no existe, pero igualmente te puedo dar un beso.
Un abrazo, y al oído:
-Te quiero muchachita.
-Te quiero mañoso.
Él se va y ella se quita la ropa para ducharse. Se le había pegado esa cancioncita y mientras se duchaba programaba mentalmente su día.
El trabajo, los compromisos…A ella le apasionaba su trabajo, y él buscaba siempre un lugar donde plantear sus ideas, donde ser libre. Eran dos seres que alguien había hecho calzar a la perfección en este rompecabezas del universo.
Después del trabajo él gustaba de reunirse con sus amigos, hablar, reír, junto a unas cervezas. Los temas variaban entre el fútbol, los videojuegos, y en algunos casos bromeaban, molestando a alguno con la nueva secretaria.
Ella volvía caminando a casa, y acaso encontraba algún vendedor de antigüedades, frutas o algún accesorio novedoso, se ponía a conversar, escudriñando en los detalles, sonriendo cálidamente. Luego llamaba a alguna amiga para tomarse un café y ponerse al día en los chismes y novedades.
Terminado el recreo, él la llamaba para asegurarse si irían al cine. Ella lo había olvidado por completo. Pero él, acostumbrado a sus pensamientos dispersos, la llamaba con una hora antes, calculando (como era su oficio) la media hora que ella tardaría en despedirse y el resto del tiempo en llegar.
Ella mira a su amiga y le explica que iría junto a él al cine, a lo que su amiga pregunta qué película verían, y ella, comienza a divagar sobre lo que hay en cartelera, la última película, que vieron, etc., etc., -media hora-. Luego de eso corre a su encuentro.
Él se despide, entre bromas de sus amigos, aludiendo a su papel de marido subyugado, y tranquilamente camina hacia el cine, imaginándola corriendo, llegando con un mar de explicaciones por el olvido y la tardanza.
¡Qué felices eran en esos tiempos! Ahora, todavía, de repente en las tardes grises y lluviosas, junto a un libro, un nuevo disco, un nuevo objeto colorido, sentía ganas de verla, con la certeza ciega que esa sonrisa amplia y sus ojos grandes y brillantes valorarían su tesoro...

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